
Dermobog nació con alma hace cinco años. Desde que estudiaba tenía un sueño: ofrecer un servicio de salud diferente, quería estar cerca a mis pacientes, hablarles sin barreras. Anhelaba que pudieran localizarme y entenderme. Pretendía hacerles saber que también soy un ser humano y que juntos íbamos a buscar su solución: yo desde la ciencia y ellos desde sus contrastes, matices y creencias.
Sin escritorio. No quería uno. No deseaba barreras físicas en nuestro espacio. Allí íbamos a conectarnos. A estar juntos.
Y como el universo siempre conspira a mi favor, con el paso del tiempo, cada paciente que llegaba al consultorio parecía escogido por mí y no al revés, como en realidad funciona. Estamos conectados de alguna forma, siempre hay química, bueno con algunas excepciones, pero, de verdad, muy pocas. Con la magia de mi lado, también llegaron mi esteticista, Andrea, y mi colega, Ángela, a acompañarme en este camino para poder atender a más personas bajo la misma filosofía.
Llegó la pandemia
Hoy, tras 53 días de cuarentena, sabemos que el COVID-19 es un virus silencioso, pues muchos asintomáticos lo portan y lo transmiten; traicionero, pues tiene un alto poder de contagio, y puede llevar a la muerte a personas jóvenes y, previamente, sanas.
¿Seré yo de los asintomáticos? ¿De las que termina con oxígeno o requiere UCI? ¿Podré contagiar a mi familia, hijo, pacientes? ¿Morirán personas que quiero? Tantas preguntas (como les pasa a ustedes, seguro) rondan mi mente, una mente que a diario se debate entre ideas positivas y fatalistas.
Buscando que mi vida renaciera, un ave Fénix surgió como una bocanada de aire vital: la teledermatología. Al poco tiempo de graduarme teletrabajé, sin embargo, era algo que no me llenaba del todo (en ese momento). Veía barreras: ¿Cómo podía conectarme por una pantalla con mi paciente teniendo, como exigían las autoridades, un médico o enfermera de por medio?
Mi visión cambió, porque me di cuenta de que no importa el intermediario. No importa si hay una pantalla, la conexión se mantiene, cálida, cercana. Hay una pantalla, sí. Pero somos seres humanos, que solo la usan como un medio. Por estos días, atiendo en la sala de mi casa. Debido a la pandemia, llegó el decreto que abrió las puertas a la telemedicina sin intermediarios y pude implementar el modelo a mí manera. Tal como sucedió cuando abrí mi práctica en Bogotá, en lugar de no tener escritorio, instauré un modelo híbrido, haciendo lo posible por reemplazar la mirada presencial por una virtual, evitando desplazamientos innecesarios y solucionando muchas patologías.
La virtualidad no resuelve todo
A pesar de eso, no se puede dar solución a todo. Hay lesiones que debemos ver con lupa, literalmente. Además, en dermatología existen muchos procedimientos pertinentes, según el caso, que van quedando pendientes y vuelvo al dilema: ¿Qué tan vital es hacerlos en medio de una pandemia?
Por temor a que la pobreza sea peor que el COVID, tras casi dos meses de aislamiento, poco a poco las medidas se han ido aflojando. Profesionales independientes, como yo, que prestamos un servicio de salud no esencial, nos vemos interpretando decretos y guías con muchas líneas delgadas que no nos facilitan discernir cómo, cuándo y, lo más importante, por qué reabrir los consultorios. Es un ejercicio que al final termina orientando el corazón.
Por ahora, les cuento, decidí continuar el mayor tiempo posible en la virtualidad, porque así contribuyo a no diseminar el virus, porque así me doy tiempo para asimilar esta “nueva normalidad”, porque así me cuido a mí misma para poder cuidar a los demás, porque así protejo a mis trabajadoras y a las personas que atiendo.
Como lo hemos hecho siempre, en conjunto con mis pacientes, que pertenecen a este hogar, definiremos lo urgente y, a partir de ahí, podremos descifrar cuándo será el momento adecuado para volver.
¡Gracias por leerme! Al final de la cuarentena salen cosas bonitas, como volver a escribir para mi blog.
Luisa.