Setenta días de permanecer distanciados me han hecho entender lo bonito que era estar cerca. Como seres humanos, una vida sin vida social pareciera no ser vida. Pero ya saben lo que dicen, “no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo aguante”, y esta frase cobra hoy tanta importancia porque nos hace recordar, en momentos de exasperación, que todo pasa y que, finalmente, el tiempo lo cura todo.
En una pandemia, el tiempo y el autocuidado son palabras que, quizás, antes no dimensionábamos. Entre más ganamos tiempo, por ejemplo, aprendemos a enfrentarnos mejor a esta nueva enfermedad y entendemos el valor del autocuidado, porque al saber cómo se transmite, podemos tomar medidas para prevenir su diseminación.
Me preocupa que, por el desespero propio de estar encerrados, algunas personas relajen las medidas de protección. No es buena idea. El esfuerzo que hemos hecho ha dado frutos: las UCI no han colapsado (aunque en ciudades como Bogotá las cifras van inquietando). No podemos confiarnos, aún no sabemos para dónde va esto. Conozco por colegas de otras áreas historias reales de la lucha en hospitales contra este virus. Tengo amigos a los que la desgracia les tocó. Pérdidas irreparables de seres queridos por esta horrible pandemia. Así que no es exagerado cumplir con las medidas de distanciamiento social en esta nueva y no tan fácil realidad.
Los que contamos con el privilegio de quedarnos en casa, debemos continuar saliendo solo a lo necesario. No es sencillo, lo sé. No poder ir a un café o a cine; planear salidas, reunirnos. A pesar de eso, emprender un viaje interior puede ser igual de fascinante. Regreso a la frase del comienzo, “no hay mal que dure cien años”. Nos podremos encontrar sin mayores reparos más pronto de lo que creen. Soy una optimista frente a eso.
Mientras tanto, vivir de forma inteligente no es, necesariamente, vivir con miedo. Usar siempre tapabocas, no tocarnos la cara, desinfectar superficies de uso frecuente, lavarnos varias veces las manos y ubicarnos a dos metros de distancia es lo mínimo que tenemos que interiorizar para volver a la vida social. Una “nueva vida social”.
Debemos mantenernos fuertes. Descansar bien, al menos ocho horas de sueño para los adultos. Llevar una dieta balanceada, consumir mínimo cinco porciones de frutas y verduras en el día, evitar el alcohol, dulces y comidas procesadas como embutidos. No dejemos a un lado el hacer ejercicio a diario, esto fortalece músculos y espíritu. Así, tendremos un sistema inmune sólido a la hora de enfrentarnos a este virus, si nos llega a tocar, pues si algo me ha enseñado esta pandemia es que no tenemos el control absoluto de nada. Cuidarnos y cuidar a los otros, y en la actualidad, esos otros, es toda la sociedad. Algo bueno, muy bueno, es que empezamos a pensar en colectivo.
El discurso más que de “cuarentena inteligente” debe cambiar a “lo inteligente es autocuidarnos”. Como dijo JF Kennedy: “Una persona puede hacer la diferencia, así que todos deberían intentarlo”.
¡Gracias por leerme!
Luisa.